viernes, febrero 13, 2009

Mis días en Tibet (Nov '99)

Este relato es de un viaje por Tibet que hice en 1999. Lo tenía en el rígido de mi compu y me dieron ganas de compartirlo acá en el blog.

Todos tenemos sueños. Uno de mis tantos sueños era conocer el Tibet, y no sabía porque. La vida se las ingenió para que en Noviembre de 1,999 yo me encontrara en el aeropuerto de la ciudad de Chengdu (China), uno de los cinco puntos de acceso a Tibet autorizados, abordando el avión que me dejaría en Lhasa, capital de la hoy llamada región "autónoma" de Tibet.
Varios fueron mis intentos en evadir el obligado "Tour", la única forma legal de ingresar a Tibet. Agotados mis contactos, mi capacidad de comunicarme con los Chinos mediante "dígalo con mímica", mi esfuerzo por interpretar a rudimentarios traductores que hablaban con "La" persona que podía hacerme ingresar al Tibet de manera independiente y barata y mi paciencia, opté por abonar los obligados U$270 que incluyen un pasaje aéreo de Chengdu a Lhasa, 3 noches de Hotel, 4 excursiones, un guía de turismo responsable por el grupo, un simbólico pasaje en ómnibus de salida del Tibet y un permiso especial para visitar la región. A mi espíritu aventurero le causaba repulsión la idea de un Tour, pero era el precio a pagar por ingresar, estaba seguro que una vez allí este Tour quedaría en los papeles y yo haría mi propio Tour personal.
El impacto físico y emocional que sufrí en Lhasa fue muy fuerte. Físico porque mi cuerpo subió al avión a una altura de alrededor de cero metros sobre el nivel del mar (Chengdu) y a las pocas horas estaba siendo sometido a las condiciones atmosféricas reinantes a casi cuatro mil metros de altura. Esto me valió unos días más tarde una internación en el Hospital de Lhasa por enfermedad de altura agravada por principio de neumonía. Pero es el impacto emocional el que me impulsa a escribir estas líneas.
Ya en la ruta del Aeropuerto a Lhasa, la magia de Tibet comenzó a seducirme. El cielo azul, muy azul, como si el hecho de estar más cerca de el me ayudase a apreciar aún más su encanto. El colectivo se abría paso por los Himalayas, secos, agrestes, imponentes. Su color amarillento - rojizo - marrón contrastaba con aquel azul perfecto, poniendo aún más de manifiesto la belleza y armonía de ambos, cielo y montañas. Cada tanto un caserío. Construcciones cuadrangulares, paredes blancas, techos planos. Improvisados mástiles con banderas de colores que parecían pretender clavarse en el cielo coronaban los hogares Tibetanos. El chofer me dijo que se trataba de las "Praying Flags" (Banderas de Plegarias) que tienen inscriptos mantras, oraciones e imágenes Budistas. Ellas flamean al viento recordando a todos los valores espirituales que rigen la vida de los Tibetanos.





Después de una pronunciada curva mi mirada se clavó en ellos, allí estaban, caminando lentamente al costado de la banquina llendo en la misma dirección en la que nosotros nos dirigíamos. Los primeros Tibetanos peregrinos nómades que veía. Vestidos en telas marrones, bordeaux y ocre que formaban una larga túnica amarrada por una rústica cuerda a la altura de su cintura. Llamativos collares y aros complementaban sus rostros de tez oscura y mejillas coloradas curtidas por el sol, el viento y la sequedad. Razgos achinados y ojos oscuros. Pelos largos, lacios, color negro azabache parecían almacenar polvo y tierra de todos los rincones del Tibet. Sobre sus espaldas un conjunto de desgastadas telas unidas por cuerdas deshilachadas parecían contener sus pertenencias. Los acompañaban algunos Yak, mamíferos característicos de esa zona, los únicos que parecen haberse adaptado a esas condiciones climáticas tan hostiles para la vida además de los nómades. Mientras caminaban llevaban en una de sus manos un interesante dispositivo. Sostenían una especie de eje de unos 20 cm de largo. Este eje se insertaba en un cilindro el cuál podía girar alrededor del mismo. En su superficie lateral este cilindro tenía amarrada un pequeño contrapeso con una cadenita de unos 5 centímetros. El movimiento de la mano que sostenía el dispositivo proveía al contrapeso la fuerza centrífuga necesaria como para hacer girar el cilindro en torno al eje en el sentido de las agujas del reloj. "Es una Praying Wheel (Rueda de Plegarias)" me dijo el chofer. Después me enteraría que en su superficie lateral el cilindro tiene inscripto en bajo relieve el sagrado Mantra Budista "OM MANI PEME HUNG". Ellos sostienen que al hacer girar la Praying Wheel las sílabas del Mantra fluyen a través del espacio produciendo el mismo efecto que si el mantra es repetido verbalmente.
La semejanza entre estos nómades y los aborígenes Bolivianos y Peruanos es realmente notable. Se aprecia en sus rostros, en su contextura física, en sus razgos y hasta en el colorido de sus vestimentas y adornos. Inmediatamente vino a mi mente aquella teoría que varios años atrás había estudiado en el colegio acerca de la población de América por una migración Asiática a través del (por aquel entonces congelado) estrecho de Bering y Alaska. El hecho de ver con mis propios ojos evidencia que podía ratificar esa teoría (que cuando yo la había estudiado parecía mero, ajeno y lejano divague intelectual de algún excéntrico antropólogo) me dió escalofríos y me emocionó casi hasta las lágrimas.
El micro tomó una contracurva y los nómades desaparecieron tras una montaña para no volver a aparecer. No tenía calefacción y le faltaba alguna ventanilla, por lo que se respiraba el mismo aire que afuera. Se sentía fresco y muy puro. Con cada inspiración este parecía seguir derecho por las fosas nasales directo al cerebro, justo donde termina la nariz, en el entrecejo. Al exalarlo se sentía como el cuerpo le había transmitido algo de calor, elevando su temperatura. Mis emociones comenzaban a alterarse. Mi corazón latía más rápido, comencé a sentir ansiedad y exitación. Sentía que necesitaba más oxígeno del que el aire Tibetano me proveía para que mi cuerpo pudiese procesar tanta carga emotiva. ¡Y tan solo había sido una de las primeras curvas en mis primeros 15 minutos en el Tibet! Estaba mareado, decidí relajarme y dejarme llevar por el sinuoso camino y el impactante paisaje sin que mi mente interviniese con su incesante diálogo interno, sus juicios y su exitación. Contemplar, simplemente contemplar y dejarme llevar.
Creo que podría estar días intentando describir la belleza y encanto de Lhasa, pero aún así no lo lograría. El Potala Palace, el Jokhang Temple, los monasterios entre las montañas, las cimas de los Himalayas iluminadas con la luz anaranjada del atardecer coronando y custodiando el místico Valle de Lhasa.
Y cómo describirles la gente. Era Noviembre, estaba por comenzar el invierno y miles de nómades Tibetanos peregrinan a Lhasa en esa época para vender sus Yak, abastecerse de granos e insumos básicos para el resto del año y cumplir con sus ritos y ceremonias religiosas y demostrar su devoción en los templos y sitios sagrados Budistas antes de regresar a sus agrestes montañas, planicies y lagos.
Hacía unos cuántos meses que yo había abandonado suelo Porteño. Mis pelos estaban muy rubios, curtidos por el sol y bastante largos. Yo era un ser tan extraño para ellos como ellos lo eran para mi. Debido a las condiciones climáticas esa época es temporada baja de turismo, por lo que no hay demasiados Occidentales a la vista. Y durante el resto del año los nómades están diseminados por todo Tibet, por lo que no tienen muchas oportunidades de ver en vivo y en directo un especimen Occidental. Caminando por las calles de Lhasa a veces me encontraba con algún Occidental y nos deteníamos a hablar e intercambiar experiencias. Luego de unos instantes de conversación, al hacer una pausa y mirar alrededor me daba cuenta que estábamos rodeados de nómades mirándonos fijamente y en silencio. Mis ojos claros se posaban en cada una de sus miradas oscuras y profundas. Yo trataba de interpretarlos y supongo ellos trataban de interpretarme a mi. Todo era silencio y el tiempo parecía detenerse. No había palabras, no había ademanes, pero había comunicación, otro tipo de comunicación. De repente alguno de ellos se animaba. Emitía un eufórico y seco "¡Tashi Dele!" y levantaba su mano en un gesto que yo interpretaba como amistoso. El sonido y el tiempo volvían a formar parte de mi realidad. Mirándolo a los ojos yo le respondía con el mismo saludo. Silencio. Se miraban entre ellos y comenzaban a reir. Tibetanos y Occidentales. Seres tan distintos, tan distantes y aparentemente tan incompatibles unidos por una mirada, una sonrisa y un "¡Tashi Dele!". Otro tipo de comunicación. ¡Fascinante! Quizás en alguna cueva de los Himalayas en torno a un fuego , algún nómade esté contando acerca del extraño sujeto de tez blanca, cabellos largos amarillos y ojos claros que alguna vez vió en Lhasa.
Cientos, miles de nómades peregrinando entre el Potala Palace, el Jokhang Temple y algunos monasterios y templos era el escenario diario en Lhasa. Llevaban en sus manos grandes panes de manteca. Con una cucharita dejan su porción en las velas prendidas que utilizan manteca como combustible. Esta es su ofrenda. Dejan "luz" allí donde rinden culto a su religión a la vez que se van más iluminados. En su otra mano, la infaltable Praying Wheel girando incansablemente en el sentido de las agujas del reloj obsequiándole al espacio las sagradas sílabas de su mantra:"OM MANI PEME HUNG". Otro grupo de nómades, sentados en el suelo, limpiaba pacientemente los candelabros de las velas ya gastadas y los ponían en condiciones como para ser utilizados nuevamente. El cuidado, la meticulosidad y concentración que ponían en la limpieza hablaban de una tarea hecha con mucho amor.
Frente al Jokhang Temple, en el Barkhor Square la devoción espiritual Tibetana se hace más que evidente. De Sol a Sol, cientos de nómades se postran una y otra vez ante sus Deidades Budistas en un sacrificado ritual. Comienzan de pié, firmes mirando al frente. Se arrodillan, apoyan sus manos en el piso a ambos lados de su cuerpo y se deslizan hacia adelante hasta quedar completamente estirados, el pecho y el rostro contra el suelo y los brazos extendidos hacia adelante. Luego el mismo movimiento hacia atrás, de rodillas nuevamente y de pié, listos para comenzar una nueva ronda. Así una y otra vez, de Sol a Sol, grandes, chicos, ancianos, hombres y mujeres. Para que sus manos puedan deslizarse sin problema por el áspero suelo utilizan trozos de cartón o madera delgada atados a la palma de su mano. El rozamiento de cientos de estos con el suelo a distintos ritmos y frecuencia produce una hipnótica música que pasa a formar parte de la mística atmósfera del Barkhor Square y de Lhasa misma.
Alrededor del Jokhang Temple caminan miles de peregrinos en el sentido de las agujas del reloj mientras giran sus praying wheels y rezan sus oraciones y mantras, de Sol a Sol, como parte de sus ritos en su estadía de invierno en Lhasa.
En las entradas de templos y monasterios había enormes Praying Wheels fijas a ejes en el piso o empotrados en la pared. Los monjes y peregrinos las hacen girar cuando pasan a su lado para replicar el efecto del mantra: "OM MANI PEME HUNG".
Después de unos días en Lhasa comencé a entender porque le dicen al Tibet el pulmón espiritual del mundo.
Cada vez me costaba más convivir con la escases de oxígeno característica de esa altura. Pero siempre encontraba energías para seguir adelante a pesar de los mareos, la dificultad para respirar y lo agitado de mi pulso. Más de una vez recurrí a las botellas portátiles de oxígeno comprimido para poder seguir con mi "Tour" personal por los vericuetos de Lhasa.
Al amanecer y al atardecer los monjes realizaban sus oraciones conjuntas en los monasterios. El líder del monasterio se sentaba en un sitio especial, elevado sobre el suelo. Los demás monjes se sentaban sobre almohadones en el piso en su característica posición de Loto. Todos descalzos, su calzado quedaba fuera del recinto de oraciones. Dirigidos por su Lider, entonaban sus mantras y oraciones en un monótono pero hipnótico ritmo a la vez que lo acompañaban con extraños instrumentos de percusión y de viento. Altas columnas, pinturas, esculturas e imágenes Budistas, luz tenue, velas de manteca y color bordeaux y ocre por todos lados completaban el cuadro. Cada tanto, algún roedor cruzaba rápidamente la escena, sin que a nadie se le moviese un pelo. Algunos monjes rompían de vez en cuando la monotonía del canto practicando gyu ke por unos instantes. Es una forma especial de cantar que requiere muchísima práctica. La técnica fué desarrollada por los monjes tibetanos. La voz es producida de manera tal que parece que el monje está cantando dos o tres notas a la vez. Es un sonido atrapante, que jamás había escuchado. Me parecía increíble que un ser humano pudiese producir semejante sonido con sus cuerdas vocales. Una vez a la semana los monjes tenían la tarde libre y podían salir a caminar por las calles de Lhasa. Se entremezclaban con los nómades y se mostraban amistosos pero con recaudos con los pocos occidentales que visitábamos la Capital en esa fría época del año, agregándole aún más colorido, vida y variedad a la atmósfera de Lhasa.
Hasta aquí todo era mágico, místico y fascinante. Mucho más de lo que me había imaginado. Pero un día el velo que ocultaba la verdad que estaba detrás de lo que hasta ese momento percibían mis sentidos e interpretaba mi mente comenzó a hacerse a un lado.
A través de un contacto pude visitar un monasterio que estaba fuera del circuito turístico, fuera del obligado Tour Chino. Allí pude entablar diálogo con una tímida monjita Budista Tibetana. En sus ratos libres, estudiaba Inglés. Tenía su cuaderno a mano así que aproveché para aclararle algunas dudas que tenía con sus tareas. Ella me contaba acerca de sus labores y rituales en el monasterio y yo le contaba de mi país y de mis costumbres, lejanas, exóticas e incomprensibles para ella. Lentamente fuimos entrando en confianza, pero ella no vencía su timidez. Supongo que el hecho de estar hablando con un hombre y además occidental potenciaría a un extremo su dificultad para el diálogo. Tímida y pausadamente me dijo :"¿Sabés porque estudio Inglés?". Yo suponía que era para poder relacionarse con los turistas, o para tener acceso a más libros de texto, o simplemente un entretenimiento para ocupar sus ratos libres. Pero quería escucharla hablar, así que le dije :"No, contame." Con su mirada siempre dirijida al piso me contestó :"Mi sueño es irme a vivir a un país libre, como la India..." Hizo una larga pausa. La notaba incómoda y con ganas de decirme algo más. Miraba para todos lados. Me miró a los ojos por unos instantes y desviando inmediatamente su mirada hacia el suelo me preguntó : "¿Puedo confiar en vos?" . Evidentemente algo fuerte estaba por venir. "Por supuesto" contesté poniendo toda mi atención en ella para tratar de entender lo que decía con su suave y temblorosa voz. Se puso colorada, le temblaban las manos. Su mirada estaba clavada en el suelo nublada por lágrimas. Miró por última vez a su alrededor y en un Inglés muy básico con voz baja y temblorosa balbuceó : " A veces entra la policía China al monasterio y ..." hizo una pausa para limpiar sus lágrimas y su nariz con su mano. Yo estaba totalmente abstraído en sus palabras. Se me hizo un nudo en la garganta y mis ojos tenían ganas de derramar unas lágrimas. Intentaba controlarlos. Ella continuó: "... entra la policía y nos pregunta una por una: - ¿Usted cree en el Dalai Lama?-" Tragué en seco. Su voz suave, dulce y temblorosa unida al llanto dificultaba mi comprensión, a la vez que me estremecía.. " ... a las que dicen que si..." Se puso a llorar y no pudo continuar. Esta vez no los pude controlar, mis ojos se llenaron de lágrimas. Tuve que controlarme para no abrazarla y llorar con ella. Nunca terminó la frase, o yo no la entendí. Igual no hacía falta. Ya me había transmitido su mensaje, el mensaje latente en la mirada de todos los monjes Tibetanos, el pedido de auxilio que el Tibet le hace al mundo pero que pocos son los que se quieren involucrar. "Me tengo que ir y creo que vos también" dijo esta vez mirándome a los ojos. "Gracias por las lecciones de Inglés, voy a rezar mucho por vos." Así se fué. Helado y sin palabras me fuí yo también. ¡Cuánta impotencia, cuánta tristeza, cuánto dolor, cuánta bronca! ¡Que ganas de sacarla de ese infierno! ¡Que ganas de gritarle al mundo esta verdad! Ya ha pasado más de un año y aún se me llenan los ojos de lágrimas y se me estremece el corazón cuando pienso en ella. ¿Dónde estará, cómo estará? Espero que la vida sea generosa con ella y le regale su sueño de libertad.
A partir de este incidente comencé a mirar Lhasa con otros ojos, comencé a intentar hablar con los pocos que se animaban a hablar. Necesitaba saber más, necesitaba comprender qué es lo que allí estaba pasando. Repasé mis libros intentando interpretar la historia del Tibet, trataba mirar por detrás de la escenografía que se le presentaba al turismo. Allí comencé a entender el porque de los Tour con guías, el porque de tantos controles, el porque los monjes parecían querer acercarse a la vez que mantenían una forzada distancia.
Creo que es oportuno hacer una muy breve reseña histórica. Remontémonos al año 1950. Tibet era un país independiente. La orden monástica de los "Sombreros Amarillos" (Gelukpa) concentraba el poder político y religioso. Su líder había adoptado siglos atrás el título de "Dalai Lama" (Océano de Sabiduría) y era considerado algo así como un "Dios-Emperador". La política y la religión estaban completamente entrelazadas. Cada Dalai Lama era considerado como la reencarnación del anterior. Cuando moría, los monjes buscaban algún niño recién nacido que muestre signos de que en ese cuerpo había reencarnado el espíritu de su predecesor. En ese momento, la catorceaba encarnación del Dalai Lama estaba al mando del Tibet en un cuerpo de tan solo 15 años de edad. Fué en ese año que China invadió Tibet. Los Chinos no lo llamaron invasión, sino que lo llamaron "liberación", según ellos de un régimen teocráctico autoritario y represivo. De paso ocuparon la meseta estratégicamente ubicada que hacía años deseaban. Pero de lo único que liberaron a los Tibetanos fué de su independencia. Entre 1950 y 1970 provocaron la muerte de 1,200,000 Tibetanos (hoy son aproximadamente 2,400,000 Tibetanos quienes habitan la región autónoma) , destruyeron la mayor parte de la herencia cultural del Tibet y 100,000 Tibetanos se exiliaron. El Dalai Lama llegó a un acuerdo con los Chinos, ellos ocuparían Tibet, pero las organizaciones sociales, políticas y religiosas existentes quedarían intactas. Así fué hasta 1959, año en el que estalló una rebelión. Esta fué brutalmente reprimida por los Chinos y el Dalai Lama junto a sus colaboradores más cercanos se escaparon a India, donde hoy lideran el Gobierno Tibetano en el Exilio desde la ciudad de Dahramsala, al noroeste de ese país. Desde allí luchan por conservar la cultura Tibetana, por combatir el genocidio cultural y por recuperar la libertad de su país, todo de una manera pacífica. En el año 1989 el Dalai Lama ganó el premio Nobel de la Paz por su lucha no-violenta por la recuperación del Tibet. Volviendo al año 1959, los Chinos, embanderados en el Comunismo, la liberación y la Revolución Cultural se encargaron de destruir casi todo lo que quedaba en el Tibet. Los números son escalofriantes. En 1959 había al menos 1,600 monasterios operando en el Tibet, en 1979 .......¡¡¡ solo 10 !!! Los monjes eran ejecutados o enviados a campos de trabajo forzado y los monasterios utilizados para prácticas de artillería. En Chengdu, previo a mi viaje al Tibet, tuve la oportunidad de hablar con Chinos, con gente del pueblo. Ellos están convencidos que liberaron al Tibet de un régimen brutal y represivo y están modernizando el Tibet con rutas, escuelas y hospitales. No comprenden la ingratitud del pueblo Tibetano. Esta ha de ser la historia que les venden desde chicos. Pero no van a comprobarlo con sus propios ojos porque dicen que es muy peligroso, es más, me decían : "Estás loco, ¿para que vas al Tibet? Es muy peligroso y no hay nada que ver allí." En su momento no lo entendía. Obviamente al gobierno Chino no le conviene que su propio pueblo vea lo que realmente sucedió y está sucediendo allí, mejor mantenerlos con el cerebro lavado y asustados.
El área fué abierta al turismo en el año 1984 pero vuelta a cerrar en 1987 luego de algunos incidentes. La prensa internacional y hasta el último turista fueron expulsados en aquel año. En 1992 abrieron nuevamente sus fronteras al turismo, pero solo pagando el carísimo y custodiado "Tour" y el permiso especial.
Y allí me encontraba yo, Lhasa, Noviembre de 1999. El cuidadoso manto Chino que ocultaba la verdad comenzó a correrse lentamente. Comencé a observar a la policía China, distribuída cuidadosamente a lo largo y ancho de las calles de Lhasa. Parecían observarlo todo, cada movimiento, cada diálogo. Las diferencias étnicas y culturales entre Chinos y Tibetanos se hacían evidentes a simple vista. No cabía duda. Me encontraba en un país invadido y sometido. Lhasa comenzó a perder su magia y su encanto. Percibía tensión, angustia, represión e impotencia , aunque también mucha Fe, espíritu de lucha, Esperanza y devoción.
Un día conocí a unos Neocelandeses que me contaron una anécdota conmovedora. Iban caminando en torno al Jokhang Temple rodeados de Tibetanos cuando uno de ellos saca su guía de viaje. Quería leer algo más acerca de aquel templo. La abre justo donde había una foto de página completa del Dalai Lama. Los Tibetanos que estaban alrededor de ellos y lo vieron se alborotaron, lo rodearon, miraban la foto, la tocaban y se postraban ante ella. Después nos enteramos que el solo hecho de tener una foto del Dalai Lama es motivo suficiente como para ir a prisión. Es que el Dalai Lama sigue siendo para ellos su "Dios-Emperador"encarnado , sus montañas, sus lagos, el aire mismo del Tibet, el Tibet mismo, su energía vital, es quién está luchando por ellos y quién un día les devolverá su libertad.
La ciudad de Lhasa se puede dividir en dos partes, la antigua o Tibetana y la moderna o China. Parado allí donde ambas se dividen pude percibir como la parte China, con sus construcciones modernas y algunos edificios parece estar avanzando sobre la antigua y Tibetana Lhasa tal como en la naturaleza algunas especies encierran y ahogan hasta matar a sus presas para sobrevivir. Me enteré acerca de la política China para incentivar la población del Tibet, lo que justificó mi percepción. Los Chinos de las provincias lindantes que decidan instalarse en Tibet tienen importantes rebajas impositivas, subsidios y acceso a créditos para negocios entre otras. Lentamente los Tibetanos se están convirtiendo en una minoría en su propia tierra. El idioma oficial es el Chino, que está desplazando velozmente al Tibetano. Los niños Tibetanos no tienen acceso a la educación China, por lo que van quedando lentamente marginados a la hora de intentar insertarse en una sociedad de la que ni siquiera conocen su idioma. Lo mismo sucede en el rubro salud, en el que los Chinos tienen total prioridad. Los Tibetanos son muy respetuosos del medio ambiente. Los Chinos, en cambio, comenzaron una explotación irracional de los suelos, ricos en minerales y piedras preciosas. Más de una vez fui testigo de ensordecedoras explosiones, producto de la dinamita en cerros para obtener las codiciadas piedras. Algunos me hablaron de la utilización de ciertas regiones del Tibet como basurero nuclear., no me extrañaría que así sea. La utilización del Tibet como fuente fácil de divisas provenientes del turismo es más que evidente. La tarifa que se paga por el "Tour" y el permiso especial de ingreso es más que desproporcionada para los precios que se manejan en China. La intención del Tour, además de obtener fondos, es mostrar la escenografía. Dejaron unos pocos monjes vivos y algunos monasterios y eso es todo. Si uno se apega al Tour y a los guías, vuelve solo con historias de un Tibet mágico y encantador, como pude comprobar luego en Nepal hablando con un grupo de americanos que había estado allí por unos pocos días.
A todos los malestares que me producía esta nueva manera de ver el Tibet , se sumaba la escasez de oxígeno. Los caramelos, pasas de uva y frutas secas ya no me hacían más efecto. Ni siquiera las botellitas de oxígeno portátiles parecían ser suficientes. Un día mi cuerpo dijo: "¡Basta!". Mareos, puntadas en todo el cuerpo. Dificultades para respirar. Las luces y los sonidos me aturdían y llegaban a hacerse insoportables. Mis extremidades se sentían adormecidas, al igual que mi cuero cabelludo. Debilidad general extrema, fiebre, tos y congestión nasal. Muy asustado y como pude me dirigí al hospital. Aún conservo conmigo el papel que me escribió el dueño de la hostería para que presentase a quién me atienda en el hospital:"Estoy enfermo, por favor necesito un médico", obviamente en caracteres tibetanos ilegibles para mi. Estaba a miles de kilómetros de distancia de mi casa. Por el entorno, me costaba creer que estaba en el mismo planeta en el que había comenzado mi viaje unos siete meses atrás. Sentía a la muerte a mi lado, tan solo esperando pacientemente su momento de entrar en acción. Estaba esperando la respuesta de quién creía era el único ser sobre la tierra que podía salvar mi vida en ese momento: una despreocupada enfermera China que apenas hablaba inglés. Ella contestó: "Lo lamento, no hay médico hoy" en un Inglés más que precario. El mundo se me vino abajo y realmente creí que allí moriría, a los piés de una enfermera China en medio del Tibet a los 27 años de edad. El hecho de pensar en ello puso a mi disposición una dosis extra de energía que utilicé para intentar evitar tan siniestro destino. Le manifesté mi malestar como pude, señas, alaridos y gestos. Hablaban entre ellos, se gritaban unos a otros, discutían, y de repente, el milagro. Apareció mi salvador, un médico Chino que balbuceaba algunas palabras en un Inglés más que básico. Una breve revisación, lenguaje de señas, algunos dibujos y poco Inglés.Un diagnóstico claro: Mal de altura y principio de neumonía. Pasé el día internado en el Hospital recibiendo oxígeno y medicamentos. Mis compañeros de habitación eran nómades Tibetanos. En sus atuendos típicos, se sucedían unos a otros. Entraban, se acostaban en las camas, recibían una dosis de un líquido endovenoso, quizás suero, y al rato se iban. Era un incesante desfile de personajes que entraban y salían. Nuevamente me miraban y yo los miraba. Me costaba entender que estaba sucediendo, por momentos parecía un sueño, por otros una pesadilla. Nadie me supo explicar que hacían allí. La atención que recibí fué muy buena. Por la tarde el médico me dijo que ya estaba en condiciones de volver al hotel, y me recomendó que ni bien pueda abandone Lhasa hacia algún sitio más bajo. Lentamente me levanté de la cama y mis exóticos compañeros de habitación me saludaron con sus manos juntas pegadas al pecho en señal de plegaria. Yo respondí con el mismo gesto y un intento de sonrisa. Así volví a la precaria y fría habitación del hotel, con el dolor de cabeza más fuerte que se puedan imaginar, unas bolsitas con medicamentos etiquetadas con garabatos Chinos y algunas botellas de oxígeno.
Gracias a Dios no estaba solo. Mi compañera de aventuras en esa etapa de mi ruta por el mundo estaba a mi lado. Ella me cuidaba, alimentaba, me daba la medicación y compraba el oxígeno cuando era necesario. Puso todo de si para que yo me mejore. Tuve mucha fiebre y estuve muy débil. Ella me había regalado una praying wheel. Cuando tenía energías la hacía girar algunas vueltas. Esa era mi única actividad durante el día. El resto del día y la noche dormía, soñaba, tenía pesadillas y rezaba. Estaba muy asustado. Los sonidos (hasta el de mi propia voz) y la luz me resultaban intolerables. Volver a China no era una opción para mi, quería llegar a la India atravesando los Himalayas y pasando por Nepal. Estaba decidido a mejorarme.
Era algún Viernes del mes de Noviembre del año 1,999 en la ciudad de Lhasa. El tema del oxígeno me preocupaba y no dejaba de recordar la recomendación del médico "Ni bien puedas dirijite a un sitio más bajo que Lhasa". Lhasa se encuentra a alrededor de 4,000 metros de altura sobre el nivel del mar, y para llegar a Kathmandú (Nepal) por tierra como yo ansiaba atravesando los Himalayas debía transitar por pasos de hasta 5,200 metros de altura. El solo hecho de pensar en eso me ahogaba. Consideré la posibilidad de volar a Kathmandú, al menos vería los Himalayas desde el aire y mi vida no estaría en juego. Ese día, en alguna agencia de viajes de Lhasa se registraba el siguiente diálogo:

- "¿Tiene pasaje aéreo a Kathmandú para mañana, Sábado?"
- "No, mañana Sábado no hay vuelo."
- "¿Y para el Domingo?"
- "No, el Domingo no Volamos"
- "Bueno, entonces deme uno para el Lunes"
-"No, el Lunes tampoco hay vuelo"
-"¡¡¡¿Y cuándo es el próximo vuelo?!!!"
-"En Abril."
-"...#%&*@#$%..."

Las rutas aéreas cerraban por cuestiones climáticas y de baja demanda en aquella época del año. Volver a China seguía sin ser opción para mi. Mi sueño completo era entrar a India desde Nepal atravesando los Himalayas desde el Tibet. Ya estaba allí, quizás era mi única oportunidad en la vida de lograrlo. No me quedaba otra que mejorarme. Y así fué. Ni bien estuve en mejores condiciones me armé de un buen stock de botellas de oxígeno, conseguimos gente y entre todos pagamos un viaje de dos días en 4x4 atravesando los Himalayas rumbo a Kathmandú.
Podría escribir cientos de líneas intentando describir los paisajes, las vivencias y anécdotas de aquella travesía y sería tan solo un intento. Realmente me sentía en el techo del mundo. Los puestos de control Chinos a lo largo del camino eran frecuentes. Chequeaban la documentación e identidad de los pasajeros y el vehículo. La luz del Sol jugaba a las escondidas entre las montañas con el pasar del día, cambiando las tonalidades del paisaje a cada hora. Observando lo agreste del terreno y lo adverso de las condiciones para la vida humana pensaba que ha de haber una razón increíblemente fuerte como para movilizar a una persona a huir de Tibet atravesando a pie los Himalayas rumbo a Nepal o India como lo hizo el Dalai Lama en 1,959 y como lo siguen haciendo hoy cientos de Tibetanos cada año que son recibidos en los campos de refugiados de Nepal e India o en Darhamsala por el mismísimo Dalai Lama. Muchos son también quienes pierden su vida en el camino rumbo a su soñada libertad. Quiénes y cuántos, ¿quién lo sabe?
La única manera de soportar el frío aquella noche entre los Himalayas fué dormir abrazado a una botella de agua mineral llena de agua casi hirviendo. Disfruté del cielo más estrellado que jamas haya visto en mi vida y respiré el aire más puro que pueda recordar haya estado en mis pulmones. Pasamos cerca del Everest, pero las nubes no nos dejaron apreciar del todo la montaña más alta del mundo.
Cruzamos la frontera con Nepal. ¡¡ Aire con oxígeno !! Mi cuerpo estaba aliviado. Se merecía ese premio. Había aguantado mis carpichos y allí nos encontrábamos, del otro lado de la frontera, ¡¡en un país libre y con oxígeno!!
El viaje continuó. Más aventuras y fuertes vivencias. Pero no puedo dejar de compartir otro regalo que me hizo la vida. Me las ingenié para llegar a un diminuto pueblo al norte de la India. En el estado más pobre de ese país se encuentra Boddhgaia, la ciudad más sagrada para el Buddhismo. Allí es donde el mismísimo Buddha se iluminó. En ese pueblo iba a estar el Dalai Lama durante diez días impartiendo enseñanzas Budistas abiertas al público dirigidas a los refugiados Tibetanos, monjes y un puñado de occidentales ("Yellow Heads" - cabezas amarillas - como él nos identificaba) que allí habíamos llegado. Cientos de personas nos congregábamos a escucharlo, sentados en el piso al aire libre, refugiándonos del duro sol bajo un improvisado techo de chapa. Sus palabras me hacían reflexionar acerca de los aspectos más profundos de la vida, por momentos parecían iluminarme, por otros momentos revolvían tanto en mi interior que me sentía incómodo, enojado y molesto, ante tanta verdad, ante tanta ignorancia. Fué maravilloso y muy enriquecedor.
Un día me uní a un grupo de gente que fué a saludarlo cuando salía por detrás de su improvisado palco rumbo al humilde monasterio donde estaba viviendo. Los guardias Indios no nos dejaron avanzar más allá de cierta distancia de seguridad. Se abrió la puerta y apareció. Envuelto en su túnica bordeaux, levemente encorvado hacia adelante con un paso lento pero firme y seguro. Se ayudaba con un bastón y calzaba sencillas ojotas estilo hawaiianas. Se lo veía concentrado en su caminar, no parecía haber notado el puñado de gente que allí estábamos observándolo respetuosamente y en silencio. Lo acompañaban guardias y algunos monjes. De repente detuvo su paso. Giró su cabeza y su mirada pareció detenerse en la mirada de cada uno de los que allí estábamos reunidos, uno por uno, instante tras instante. Su mirada pacífica era acompañada por una cálida sonrisa y un saludo amistoso con su mano libre. Llegó mi turno. Su mirada se posó sobre la mía. ¿Cuánto tiempo? quién sabe. Habrán sido unos instantes, aunque podrían haber sido minutos, quizás horas. Después de todo, ¿no es el tiempo solo una ilusión de la mente humana? Y otra vez esa comunicación, ese otro tipo de comunicación. Esta vez más intensa. No había tiempo, no había espacio, no había sonidos. Todo pareció detenerse. El alma del Tibet, aquel alma que yo había percibido durante mis primeros días en Lhasa, aquellos nómades, aquella majestuosa naturaleza, aquella energía que el pulmón espiritual del mundo mantenía en permanente circulación, el sueño de aquella monjita representando el de todos los monjes, aquel espíritu de lucha, Fe y esperanza de todo el pueblo Tibetano, todo parecía estar concentrado en ese Ser canalizándose hacia mi a través de su mirada. Sus ojos se despidieron de los míos continuando su viaje posándose en los siguientes, y en los siguientes, y en los siguientes... Giró su cabeza, y mirando hacia el frente continuó su calma marcha hacia el monasterio. Aterrizé nuevamente en el mundo entendiendo un poco más que antes, shockeado a la vez que en un estado de gratitud sincera y emotiva ante semejante regalo. Como acto reflejo mis manos se juntaron solas frente a mi pecho en actitud de reverencia, agradecimiento y respeto. Mis ojos y mi corazón quedaron más abiertos, y mi rostro con una leve y relajada sonrisa me transmitía una sensación de paz.
Hasta ese momento yo era bastante escéptico acerca de las posibilidades de que el Tibet vuelva a ser un país independiente. La falta de valores humanos y la enfermedad del egoísmo reinante en el mundo contemporáneo apoyaban inconcientemente mi pesimismo. La mayor parte de las sociedades de nuestro mundo "civilizado" giran en torno a la evolución de los índices de las bolsas de comercio, las rentabilidades de las empresas, los dividendos para los accionistas, la acumulación de riquezas y bienes y las ambiciones de poder y dinero de sus dirigentes. Ahora que China está abriendo sus fronteras al comercio mundial, ¿qué gobierno manifestaría oficialmente su apoyo al Dalai Lama? ¿Qué gobierno correría el riesgo de perder un mercado de más de 1,200 millones de consumidores (aprox. un cuarto de la población del planeta)? ¿Qué grupo económico financiaría la campaña política de un dirigente que manifieste su apoyo a la liberación del Tibet?Ese día aprendí que hay seres que se manejan en otra esfera y con otros valores. Ese día entendí el porque de la devoción, la Fe y la esperanza del pueblo Tibetano hacia el Dalai Lama. Ese día entendí el valor de la lucha no violenta por la liberación. Ese día entendí que hay alguien que está insuflando permanentemente energía al pulmón espiritual del mundo para que se mantenga respirando. Ese día entendí porque a pesar de la enfermedad reinante en el mundo el Tibet algún día volverá a ser un país libre. También entendí que debía aprender de ellos y de su actitud. De una manera muy profunda y sutil los Tibetanos siguen siendo libres y siempre serán libres. Podrán sacarles sus montañas, podrán quitarles sus tierras, sus lagos, sus cielos, su idioma, sus monasterios y hasta sus cuerpos, pero jamás podrán sacarles su música interior, jamás podrán arrebatarles su OM MANI PEME HUNG. Allí son y serán siempre absolutos soberanos.